A tenor con los días que estamos viviendo Inma nos invita a escribir "historias de nieve". Abrigaros para leernos aquí
Después de muchos años sin nevar, el pueblo se vistió de blanco y los vecinos de todas las edades, salieron a celebrarlo.
Unos se paseaban por las cuestas en trineos improvisados, los más pequeños jugaban con la nieve como si de plastilina se tratara, la gente joven formaban equipos para tirarse bolas de fría nieve simulando guerras imposibles, mientras los mayores del lugar hacían cábalas sobre si fue mayor la nevada de primeros del siglo pasado que contaban sus abuelos, o la que ellos estaban viviendo ahora.
Sin embargo a nadie se le ocurrió hacer muñecos de nieve, por eso extrañó tanto que a la mañana siguiente de la gran nevada aparecieran en el parque dos figuras de nieve, de tamaño natural en actitud de cogerse de la mano.
Todo el mundo se preguntaba por el autor de aquellas auténticas esculturas, nadie las había hecho y el día anterior nadie las había visto. Los vecinos extrañados se dedicaron a hacerles fotos y a vestirlas con sus propios gorros, bufandas y gafas de sol para dotarlas de realidad.
Pronto empezaron a decirse unos a otros que esos dos personajes de nieve se parecían uno, el del gorro de lana con pon- pon, al hijo del Remigio y el otro el de la bufanda a rayas, al hijo la tía Casimira, dos jóvenes que se tuvieron que marchar del pueblo, porque su orientación sexual no era aceptada en sus respectivas familias enemigas desde tiempo inmemorial por asuntos de tierras.
Los padres de uno y otro, movidos por la curiosidad, se acercaron a ver las estatuas, que ya habían empezado a derretirse, dando la impresión de que corrían lágrimas por sus mejillas, se emocionaron por el parecido con sus hijos que parecían estar llorando.
En su fuero interno sintieron arrepentimiento por su conducta de años atrás, incluso fueron capaces de mirarse a los ojos sin odio.
Pero todo duró segundos, cuando vieron a los pies de las estatuas de nieve un portabebés con un precioso niño muy abrigadito.
Se miraron unos y otros y se oyó el vozarrón de Remigio:
- Esto ya es pasarse de castaño oscuro, un puto recochineo.
Mientras la Casimira, pasándole la mano por el brazo le dijo.
- Se acabaron los problemas, este será nuestro heredero.
- Encima eso, ¡¡¡ jodidos hijos de puta!!!