HOY, APETECE UN CAFETITO

  viendo llover racheado, tras una cristalera

Me decía el camarero que las personas somos malas por naturaleza, disfrutamos ver a la gente pasar con los paraguas vueltos por el aire y chorreando, mientras nosotros estamos al resguardo.

- Fíjese, todas las cristaleras están ocupadas, el interior vacío.

Yo que no tenía ganas de conversación, para rebatirle esa afirmación, aunque argumentos me sobraban, sólo le dije:

- Pues ahora se deben estar aburriendo porque no hay ni un bicho por la calle.

Me trajo el café y un trozo de tarta que no recuerdo como la llamó y se marchó.

Me quedé tranquilamente viendo llover y observando los movimientos de vaivén que hacían las mantas de agua de un lado a otro. No saqué ni el libro de lectura que siempre llevo en el bolso.

El espectáculo, por insólito, merecía prestarle toda mi atención, tanto que hasta me olvidé del trozo de tarta que tenía delante. Sin embargo el café ecológico arábigo, cayó entero y supo a poco.

La tarta estaba buenísima porque tenía Dulce de Leche que no me puede gustar más.

Estuve envuelta en el olor a tierra mojada y en el sonido que hacía el viento al chocar con el agua de la fuerte lluvia que caía. Cuando escampó salió el sol y me fui a hacer unas cosillas que me urgían, pero antes le di un repaso a La Bodeguilla, que así se llama el lugar donde estoy.

Está decorada con fotos de la primera generación de montillanos que se vinieron a la capital y dejaron las viñas, aunque en la tercera generación aún están presentes en La Bodeguilla como troncos de vides,  los grifos de sus botas y damajuanas.

Situado en el Pasaje  Hernán Ruiz, enfrente de la estación del AVE, tiene porvenir.

Si algún día venís por aquí, aunque no llueva... ya sabéis...