jueves, 18 de diciembre de 2025

JUEVEANDO "VIAJAR CON LOS SENTIDOS"

 Nos dirige CAMPI, el reto no puede ser má atractivo, hasta la imagen que lo sugiere ese una maravilla


Vamos a intentar estar a la altura de la convocatoria.


Soy muy dada a estos viajes sensoriales, más en Navidad que en otras épocas del año porque es ahora cuando al salir a la calle, toda abrigadita, y sentir en mi rostro el aire fresco de la mañana, automáticamente me pongo en modo etéreo y me marcho al tiempo de mis diez-doce años en los que volvía del internado con mis padres y nos íbamos a pasar las vacaciones a casa de mi abuela. 
¡Qué alegría de Navidades, cómo me gustaban!
Desde el mismo momento de  tocar el llamador de la puerta, esa mano de bronce con la pelota que, hasta me parecía cálido por su tacto suave, era como llamar a las puertas del cielo.
Escuchar las voces del interior repitiendo:
- ¡Ya está aquí la niña!, ¡ya está aquí la niña!
Era una verdadera sinfonía para mis oídos, me sentía tan querida... que en los pocos segundos que tardaban en abrir la puerta, a mí me daba tiempo a hacer el firme propósito de portarme bien, para pagarle ese cariño con el que me recibían.
Nada más abrir la puerta me envolvía la atmósfera navideña que se respiraba, no había bombillitas de colores, ni árbol, ni si quiera un Nacimiento, sólo un Niño Jesús en su cuna y al lado una bandeja con mantecados y otra con Marie Brizard y copas.
Toda la casa olía a dulces de Navidad, qué buenos estaban los pestiños de mi abuela, no he encontrado otros iguales, se me hace la boca agua sólo de pensar en ellos, noto cómo se me deshacían en la boca, cierro los ojos y parece que los estoy comiendo .
Regreso al aquí y ahora, no es tan fácil, después de ese paseo sensorial.
Me sirvo una copita de aquel licor, que nunca falta en mi casa por estas fechas. 
Pero no es lo mismo, a pesar de tener Árbol, Lucecitas y un Misterio, existen tantas diferencias...
No sólo faltan los Pestiños de mi abuela sino otra pequeños símbolos llenos de significado para mí como el llamador con la mano de bronce convertido en un portero automático frío y distante y sobre todo faltan las voces llenas de amor de Dominga, de mis tías, de mi abuela diciendo:
- ¡Ya está aquí la niña! ¡Ya está aquí la niña!
Porque tampoco existe aquella niña.

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