a jueveros y jueveras y nos hemos reunido en casa de Juan Carlos, hasta ver si se nos pasa.
Os dejo el enlace de su blog "¿Y qué te cuento?" por si nos queréis visitar: http://jwancarlos.blogspot.com.es/
LA FIEBRE DEL ORO
Érase una vez.... un matrimonio algo especial....
El marido parecía tener una rara enfermedad y su mujer pensó que lo mejor sería llamar al médico para que lo examinara y dictaminara qué le producía aquella fiebre tan alta que le hacía sudar un líquido amarillo y teñía toda su piel de ese mismo color.
Él no quería ni oír hablar de médicos porque llegó a pensar que su sudor era oro líquido y quería mantener en secreto esa dicha que alegraba su corazón..
Preguntó a sabios y hechiceros descubriendo que el contacto continuado con el preciado metal podía transferirle sus cualidades y pensó que el haber contraído matrimonio con una rica heredera hija del rey de un país vecino, lo había ido acostumbrando a una serie de lujos que cada vez le eran más imprescindibles y este oro líquido sería la solución para poderlos mantener.
Llamó a su mujer y le dijo que su enfermedad tenía que permanecer en secreto y le explicó las conclusiones a las que había llegado. Ella que estaba enamoradisima de su esposo, empezó a dejarse guiar por sus consejos: dio órdenes a sus sirvientes de poner a diario la vajilla y la cristalería de oro, de bordar sábanas y manteles en este rico metal y de que espejos, muebles, grifería e incluso los orinales de las alcobas fueran recubiertos con láminas aúreas.
Tal obsesión fue en aumento en la pareja, que deseosos de más y más riqueza se sumergían todas las noches antes de acostarse en una bañera con pepitas de oro disueltas en el agua.
Ambos envueltos en el dorado elemento se entregaban a engendrar hijos dorados como el sol, con los que se garantizaba una descendencia de oro.
La familia estaba cada vez más dorada y más enjuta por la fiebre que padecían, llegaron a convertirse en piezas de museo, que fueron exhibidas en la plaza de la villa para poder ser observadas por el hambriento pueblo, que a pesar de las necesidades económicas que sufría, no osaba tocarlas e incluso se tapaba la cara para que ni si quiera llegara a ellos su resplandor.
No querían que se les pudiese contagiar tan terrible enfermedad.
Querían seguir viviendo con carencias pero sin la fiebre del oro.
Y colorín... colorado....
Él no quería ni oír hablar de médicos porque llegó a pensar que su sudor era oro líquido y quería mantener en secreto esa dicha que alegraba su corazón..
Preguntó a sabios y hechiceros descubriendo que el contacto continuado con el preciado metal podía transferirle sus cualidades y pensó que el haber contraído matrimonio con una rica heredera hija del rey de un país vecino, lo había ido acostumbrando a una serie de lujos que cada vez le eran más imprescindibles y este oro líquido sería la solución para poderlos mantener.
Llamó a su mujer y le dijo que su enfermedad tenía que permanecer en secreto y le explicó las conclusiones a las que había llegado. Ella que estaba enamoradisima de su esposo, empezó a dejarse guiar por sus consejos: dio órdenes a sus sirvientes de poner a diario la vajilla y la cristalería de oro, de bordar sábanas y manteles en este rico metal y de que espejos, muebles, grifería e incluso los orinales de las alcobas fueran recubiertos con láminas aúreas.
Tal obsesión fue en aumento en la pareja, que deseosos de más y más riqueza se sumergían todas las noches antes de acostarse en una bañera con pepitas de oro disueltas en el agua.
Ambos envueltos en el dorado elemento se entregaban a engendrar hijos dorados como el sol, con los que se garantizaba una descendencia de oro.
La familia estaba cada vez más dorada y más enjuta por la fiebre que padecían, llegaron a convertirse en piezas de museo, que fueron exhibidas en la plaza de la villa para poder ser observadas por el hambriento pueblo, que a pesar de las necesidades económicas que sufría, no osaba tocarlas e incluso se tapaba la cara para que ni si quiera llegara a ellos su resplandor.
No querían que se les pudiese contagiar tan terrible enfermedad.
Querían seguir viviendo con carencias pero sin la fiebre del oro.
Y colorín... colorado....
El oro fue su perdición...
ResponderEliminarBssssssss
...este cuento tan bonito...se ha acabado. Te admiro tanto...por saber escribir tan bien. Ojalá a mí se me diera tan bien. Que sentada ante las teclas de mi ordenador, las letras danzaran contentas formando palabras...Un beso
ResponderEliminarY es que la avaricia rompe el saco,como se ha dicho toda la vida!
ResponderEliminarMe acabas de hacer recordar un viaje que hice a la Sierra Nevada, en California, concretamente Grass Valley, donde no hace tanto la gente moría por encontrar oro...
ResponderEliminarEl oro, es el más puro de los metales, pero también el de mayor corrupción.
ResponderEliminarBesos
Llevaron la avaricia al maxímo extremo, La fiebre amarilla les atrapó de tal forma, qué ni sus corazones pudieron librarse.
ResponderEliminarLa moraleja esta servida y clara....Tu cuento no se acaba aquí, demasiados deslumbrados por el brillo campan a sus anchas hoy en día.
Besos y felices caminatas querida Tracy.
Si... y con orín, con dorado... este cuento se ha acababo. Si, siempre acaba igual.
ResponderEliminarPues a partir de ahora cuando llegue a casa de correr voy analizar el sudor que no tengo nada de oro.¿será diamante porque es transparente!
ResponderEliminarBesos.
Me has recordado el cuento del Rey Midas. No se pueden desear las cosas sin pensar en las consecuencias.
ResponderEliminarUn beso.
Nos estamos contagiando todos de ese asco a la avaricia, me encanta, bss
ResponderEliminarUn cuento muy imaginativo con una gran conclusión.... es que los pueblos suelen tener una sabiduría colectiva que prevalece. ¡bien por vos! ¡bien por el pueblo Tracy!!!
ResponderEliminarOro de cuento te has mandado, me encanta cuando sacas como una pepita tu imaginación.
ResponderEliminarOro y moraleja.
Un abrazo tracy:)
Excelente historia, Tracy,
ResponderEliminarMuy atrayente y con una moraleja importante.
Un abrazo y mis aplausos.
El oro fue y es la perdición de muchos, ciertamente.
ResponderEliminarBesos.
Una obsesión que se hizo literalmente carne.
ResponderEliminarMuy buen relato Tracy, inquietante.
Un beso.
el oro es la mirada del otro
ResponderEliminarSi los pájaros tuvieran las alas de oro, no podrían volar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Más vale pájaro en mano que cien volando.
ResponderEliminarBesoss Tracy
Muy buen relato, me gusta mucho y la moraleja es más que real, la avaricia no nos lleva a ninguna parte, más que a la soledad.
ResponderEliminarBesos
Metal diabólico para aquellos que hicieron de su búsqueda una obsesión que en muchos casos les llevó a la muerte.
ResponderEliminarEntretenido y dorado cuento...
Besos de gofio.
Me hizo acordar a la historia del rey Midas.
ResponderEliminarPobre...
=(
Un abrazo juevero!
¡Un cuento!¡Un cuento!
ResponderEliminarPara que tanta riqueza, si no eran capaces de disfrutar de la vida y el marido ni siquiera gozaba de buena salud... Desde luego, la codicia no tiene fronteras.
ResponderEliminarBss.
Hola Tracy:
ResponderEliminarSegún dijo Plutarco "La bebida apaga la sed, la comida satisface el hambre; pero el oro no apaga jamás la avaricia"
Abrazos
Cuando uno se deja cegar por el valioso metal pierde la perspectiva, el problema es cuando se convierten en ídolos a que adorar...
ResponderEliminarBesos
Al final ni comieron perdices, ni fueron felices, solo frias estatuas, eso sí, doradas. jejeje,
ResponderEliminarUn abrazo.
Qué bonito cuento!!!
ResponderEliminarBs.
No sé si es positivo o negativo pero nadie ha reconocido a los protagonistas, jejejeje.
ResponderEliminarBesos valiosos, como si fueran de oro, para todos y para todas.
Por fin un cuento! Con moraleja y bonito de verdad!1
ResponderEliminarUn abrazo.
hace poco alguien le comentaba a alguien que se llevaría el cuento en cuestión para los niños de su clase...yo, como no soy maestro ni nada que se le parezca, me llevaré este cuento para cuando se reunan conmigo algunos niños de mi pueblo. se lo contaré tan campante. estoy seguro que les gustará.
ResponderEliminarmedio beso.
Hola Traxcy: Tu historia me ha recordado la del rey Midas, aquel que todo lo que tocaba lo transformaba en oro, con lo cual ni siquiera podía tocar los alimentos lo que lo llevó a la muerte.
ResponderEliminarLs ambición desmedida nunca ha sido buena consejera.
Un abrazo.
Un cuento muy original, cuya lectura me ha encandilado. Además un buen ejemplo de como la fiebre del oro termina llevándose la esencia humana, una conclusion que me va quedando con la lectura de los relatos de esta semana.
ResponderEliminarMuchas gracias por este tuyo.
Besos.
Este cuento vale oro! Me ha encantado el toque original que le has dado. Esa fiebre dorada que los fue convirtiendo en estatuillas, prácticamente.
ResponderEliminarY bueno, sucumbieron al encanto y la ambición de tanto brillo.
Un beso!
Gaby*
Mucha gente debería leer tu relato y darse cuenta de lo peligrosa que puede ser la ambición. Besote
ResponderEliminarMe ha llamado la atención lo de engendrar niños en bañera llena de pepitas de oro... Un beso.
ResponderEliminarTu relato es de museo, si señor. La avaricia ciega hasta perder la salud.
ResponderEliminarBesos
Medalla de oro, por la originalidad y lo entretenido de tu relato.
ResponderEliminarCorres caminos y tu velocidad y creatividad son más valiosos que todo el oro del mundo...
un abrazo
magnífico! y pienso como el apóstata. que es para contárselo a los niños.
ResponderEliminarY a unos cuantos "grandes", si pudieran escucharlo.
chapò!
La sabiduría popular sabe que no es oro todo lo que reluce. De oro la cama y la cabecera, el ataúd y el alma podrida de oro, así se lo come la fiebre, se lo buscan, se lo merecen. Excelente cuento con mucha creatividad y mucha enseñanza.
ResponderEliminarHe tardado, lo siento, hasta ayer estaba bajo un sol de oro puro en Nápoles. Besitos muchos.
Quien a oro mata, a oro muere.
ResponderEliminarya lo dice el refrán...
:P
Besos, Tracy.